jueves, 23 de julio de 2015

La forja de un rebelde. Parte 1: La forja de Arturo Barea

Hace años, hablando con mis compañeros del Máster del Profesorado (Máster aburrido por el cual comenzé a escribir un blog) me recomendaron varias lecturas sobre la Guerra Civil española para regalárselas a mi abuelo por navidades. Todos estaban de acuerdo en que la trilogía, La forja de un rebelde, era la mejor de todas.

Por eso se la regalé a mi abuelo, gran aficionado a la literatura de la Guerra Civil, quizá por pertenecer a la generación de niños de la guerra en Madrid. Niños que vivieron entre las bombas, asediados,  que pasaron un hambre atroz y que nunca obtuvieron explicaciones de la barbarie. A mi abuelo le encantó, y lleva años recomendándome estos libros, por fin le he hecho caso.

Arturo Barea escribió su obra como exiliado en Inglaterra, para mostrar al mundo el deterioro de la sociedad española y dar explicación de las causas de la terrible guerra Civil. Su obra es autobiográfica, refleja el sentir de todos los españoles del momento.

En la primera parte, La Forja, Arturo es un niño. Es huérfano de padre, criado por su tío rico y su beata esposa. Su madre baja a lavar al río todos los días, a destrozarse sus manos y a pasar calor y frío, por poder sacar adelante a sus cuatro hijos. Su tía desea con todas sus fuerzas que Arturo olvide a su madre, le colma de mimos y de ropa cara, y paga con su madre sus deseos frustrados de maternidad.

Arturo es un niño listo, tan listo que puede continuar estudiando gracias a la caridad de los padres de las escuelas pías. Con la adolescencia y la muerte de sus tíos, Arturo se va da dar cuenta de que vive en un estado liminal. Es listo y valdría para cualquier cosa, pero solo queda la caridad para el hijo de una lavandera. Se pondrá a trabajar y acabará como un chupatintas sin futuro en una España que no da oportunidades al que no tiene contactos. Un niño aún, pero un niño que comienza a ver las enormes desigualdades sociales imperantes en la monarquía de Alfonso XIII.

El libro es tremendamente descriptivo, rozando en el preciosismo. Quizá sea por su deseo de llevar la cultura española al pueblo inglés hay capítulos dedicados a los veraneos en los pueblos de España, donde se come lo que cria la tierra, y no llegan los suministros de la ciudad. Hay un capítulo dedicado a las salvajes fiestas taurinas en pueblos de tercera línea, donde los inexpertos toreros acaban llenos de cornadas ante la alegría de los pueblerinos. El libro está lleno de la esencia de los cafés de tertulia de pobres y ricos, del ambiente asfixiante de la iglesia, de las beatas y los ateos reconocidos. En definitiva, de la polarización de una sociedad atrasada que desembocó en un Guerra Civil y visceral.

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